lunes, 31 de marzo de 2014

De la violencia a la redención: ritos de paso


DE LA VIOLENCIA A LA REDENCIÓN: RITOS DE PASO

En Autopsia, la fulgurante novela de Miguel Serrano Larraz, hay un episodio germinal que parece anecdótico, pero que de ningún modo lo es: el protagonista, homónimo del autor, sufre la agresión gratuita de unos skinheads cuando vuelve de comprar la trilogía amorosa de Pedro Salinas. En dicho episodio, patético pero ciertamente muy simbólico, el protagonista intenta en vano repeler la violencia oponiendo, a modo de escudo protector, la cultura (el libro de Pedro Salinas). A raíz de aquello, Miguel Serrano personaje escribe un poema con el título El día que me pegaron los skinheads y es premiado, tal cual, en un concurso literario. Acude a la entrega de premios y, en el momento del discurso, sólo es capaz de declarar: “Creo que la poesía todavía puede salvarnos”. Si la novela fuera una televisiva serie de humor, evidentemente aquí se escucharían risas enlatadas.
Fuera de esta escena tan reveladora, la novela es un compendio de temáticas inherentes a la consecución de una madurez personal: los ritos de paso de la infancia a la edad adulta (con la paternidad cerrando un círculo), la filiación y la pertenencia al grupo (ejemplarizado en las tribus urbanas, las diferencias de clase y las redes sociales), etc… Pero Autopsia es, antes que nada, la confesión de unos actos dolosos, los que el protagonista infringe a una compañera de colegio. Esa confesión lleva implícita una fuerte carga de penitencia: de alguna manera, el protagonista de Autopsia desea purgar su culpa y aguarda (busca) un castigo.
Resulta muy esclarecedor que la primera parte de la novela lleve por título “Nombrar”. Muchos personajes de Autopsia están basados en personajes reales de carne y hueso, pero, con acertado criterio, se les ha cambiado los nombres. El nombre del protagonista, sin embargo, permanece tal cual: Miguel Serrano. Es parte de esa penitencia autoimpuesta, de esa exhibición del alma ante la mirada inquisidora del lector. Por si fuera poco, la novela está narrada en primera persona, con lo que difícilmente se podrá pedir menos distancia entre autor, narrador y protagonista. Si este libro asume varios riesgos, uno de ellos, indudablemente, es ese: el de ofrecer un informe, una disección, una autopsia sentimental de un pasado propio con visos de veracidad (en cuanto a verosimilitud, Autopsia pisa en todo momento el terreno de la nueva novela realista).
La novela, aunque no propone un código moral, es una atenta reflexión  sobre la inocencia y la culpa, la piedad y la venganza. Y existe también, en cierta manera, una desmitificación de la infancia como paraíso perdido, la constatación de que la inocencia no nos redime de la culpa ni del daño infringido.
De entre los innumerables personajes que desfilan por el libro (Fonzo, Ochaíta, Laura Buey, Beatriz, Ana, la familia, etc…), dos de ellos parecen tener un peso específico en la educación sentimental de Miguel Serrano protagonista: Hans Castorp y Mensajero.
En un episodio que homenajea a Thomas Bernhard, Mensajero, el personaje más desengañado y caustico del libro, se muestra dolorosamente crítico con lo deleznable que el ser humano puede llegar a ser, sobre todo cuando actúa de manera gregaria. Ve en la ignorancia el origen de la maldad y la violencia del hombre, constata la soledad del ser humano y su imposibilidad de comunicarse con quienes le rodean, examina la incapacidad humana para sustraerse a sus propias obcecaciones y limitaciones.
Por el contrario, Hans Castorp (nombre “tomado prestado” de La montaña mágica, de Thomas Mann) es el personaje más desmedido del libro, al que el autor ha conferido una sabia carga iconoclasta y, por momentos, delirante. Entre las muchas y variopintas ocupaciones de Hans, está la de ser un atípico dj: su oficio consiste en servirse de las experiencias culturales de otros, en refundir ideas ajenas y reinterpretarlas, en usurpar los mitos modernos de la cultura pop. Se trata, en definitiva, de un vampirismo ilustrado.
El narrador de la novela, como buen dj literario, recurre también a ese  vampirismo ilustrado, apropiándose de citas y sampleados literarios: están en Autopsia el Fernando Pessoa de El libro del desasosiego, los dos Thomas (Bernhard y Mann), el Scott Fitzgerald de El Gran Gatsby e incluso Quevedo.
Hans y Mensajero hacen gala de un cierto paternalismo con respecto al protagonista, se erigen en depositarios de un criterio maestro que pueda ser válido para todo, incluido los sentimientos. De alguna manera, se convierten en los moldeadores de su educación sentimental y, juntos los tres, forman una tríada inconformista: son personajes que en el fondo se niegan, por decirlo de algún modo, a participar en el gran juego de los convencionalismos donde nadie les ha explicado las reglas.
En lo formal, la novela de Serrano revela perfectamente los estados de crisis (de conciencia, de relaciones, de identidad) por las que pasa el protagonista. Paralela a una dislocación moral hay una dislocación formal, un orden narrativo propio que arranca de una incomodidad íntima y, en consecuencia, busca la representación de las perplejidades. Es una manera de narrar repleta de feedbacks, de repeticiones, de continuos paréntesis explicativos, de oraciones encadenadas y a menudo disyuntivas para crear, con todo ello, una realidad múltiple, casi cubista.
La Zaragoza de los años 90 que aparece en Autopsia es, además de un escenario geográfico, un estado de ánimo cuya rememoración nada debe a la nostalgia y sí a un claro ajuste de cuentas con el pasado. Ajuste de cuentas con el pasado y con la misma sociedad: la escuela, esa expresión de sociedad embrionaria, parece correr el riesgo de asumir un sistema de valores dominante en el mundo brutal de los adultos, donde el individuo no puede permanecer neutral y ajeno y ya sólo puede ser o acosador o acosado, víctima o verdugo.
Uno de los aspectos más reseñables de esta gran novela generacional es que da una nueva visión más enriquecedora de la violencia al ser tratada desde el punto de vista del acosador (un acosador arrepentido) y no desde la perspectiva victimista del acosado, lo que, en buena parte, otorga otros matices y elude todo riesgo de maniqueísmo simplista. 
El narrador que vimos en Órbita (libro de relatos publicado también en Candaya, 2009) aquí ha crecido desorbitadamente (perdóneseme la redundancia) y es ya una ineludible referencia nacional. Su escritura ha ganado en complejidad, en técnica, en desarrollo narrativo. Miguel Serrano Larraz, además de ser poeta (La sección rítmica, Insultus morbi primus), demuestra sobradamente con Autopsia que es un narrador de altura, con un estilo muy trabajado, potente y personal, un novelista de raza cuyo sólo nombre en las cubiertas de los libros va camino de convertirse en toda una garantía, en una marca de calidad para el difícil oficio de narrar.



Jesús Jiménez Domínguez
Reseña publicada en la revista Turia, nº 109-110, págs. 414-416.

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